lunes, 5 de octubre de 2015

Joven ¡eres un alma escogida!

Han pasado dos meses y cinco días desde que ingresamos en este caminar del Postulantado de la Orden de los Predicadores de la Provincia de Santiago de México. Dos meses de conocer grandes personas que han pasado a ser mis hermanos, con los que constantemente aprendo sobre la caridad, la corrección y sobretodo la comunión que cada uno tienen con aquel que nos ha llamado.

            Dentro de este periodo no ha dejado de tener eco en mi interior algo que un día uno de los frailes formadores nos comentó: ¡jóvenes! -exclamó- ¡esperen grandes cosas! ¡Espérenlas de nuestro Dios, de nuestra nación y de ustedes mismos! Estas palabras llenas de amor, de esperanza y sobretodo de exhortación para creer en lo dichosos que somos al ser llamados por Dios.

Sin caer en soberbia, ¿Y porque no? ¿Acaso no hemos sido llamados por un Dios infinitamente sabio para una labor que sólo un Dios Omnipotente puede confiar a los mortales? Y te dijo: ¿Crees posible que El que te encargue una obra sin entregarte todo lo que sea necesario para llevarla a cabo? ¿Acaso Dios es el Señor que nos manda hacer ladrillos y después nos niega el barro con que fabricarlos?  ¡Claro que no! Entonces. Espera cosas muy grandes de nuestro Dios, ¡porque eres una de sus almas elegidas!

Esta última frase me recuerda que no hace mucho tiempo el fraile procurador de la casa de formación nos dijo en misa a los postulantes. Ustedes son almas escogidas…

Y ahora te menciono: tú has sido seleccionados por el Dios infinitamente sabio. Te ha seleccionado de entre todos los billones de seres humanos que pueblan nuestra tierra, y te ha apartado para cubrirte de poder y de jurisdicción, no sólo sobre el cuerpo místico de su Cristo, sino también sobre su cuerpo físico. Te ha destinado para una dignidad que San Efrén calificó de “infinita” y San Dionicio llamó “divina”, mientras que Cassiano decía que un sacerdote “solo es inferior a Dios”. Pero San Bernardino de Siena miraba más profundamente y veía con mayor claridad que “el poder del sacerdote es igual que el poder de la Trinidad, porque lo que utiliza en la transustanciación es lo que la Trinidad utilizó para crear el mundo: unas palabras”.

Claro que esa dignidad sólo puede ser concedida a los que El escoge. Y por eso te digo de nuevo y me recuerdo constantemente lo mismo: “¡Eres un alma escogida!” así que hagamos oración los unos por los otros, a fin que no solo seamos llamados, sino los escogidos...
Pues la culpa no es de Dios. Con mucha frecuencia es nuestra por no esperar grandes cosas. Y la falta de grandes esperanzas es falta de fe.


jueves, 1 de octubre de 2015

De la narración de la vida de santa Teresa del NiñoJesús, virgen y doctora de la Iglesia, escrita por ella misma.


En el corazón de la Iglesia, yo seré el AMOR

Teniendo un deseo inmenso de martirio, acudí a las
cartas de san Pablo, para tratar de hallar una respuesta.
Mis ojos dieron causualmente con los capítulos doce y
trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme la paz.

Continué leyendo sin desanimarme y encontré esta consoladora exhortación: Aspirad a los dones más excelentes; yo quiero mostraros mi camino todavía mucho mejor. El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayo- res dones sin la caridad no son nada y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a  Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad.
Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos. En la caridad descubrí el quicio de mi vocación. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno. 

Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: "Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo y mi deseo se verá colmado."