martes, 24 de noviembre de 2015

¿Cuál es el carisma de la orden de santo Domingo, su gracia especifica?


¿Cuál es el carisma de la orden de santo Domingo, su gracia especifica?

El que haya nacido en una iglesia y para una Iglesia que se encontraba desconcertada por un mundo en transformación.

Comprendamos que la orden nace en una época donde la sociedad comenzaba una transustanciación en su manera de ser y de hacer. El régimen feudal comenzaba a ser obsoleto y las grandes ciudades estaban en pleno auge; la gente comenzaba también a tener un desprecio creciente por la espiritualidad monástica, debido a que su predicación era muy ajena a la nueva forma de vida del hombre gótico; y se comenzaba a gestar una crítica fuerte a la forma en que los jerarcas eclesiales vivían, es decir, la gente comenzaba a ser consiente de los abusos de obispos y sacerdotes que llevaban una vida poco evangélica.  Con este cambio, la concepción del hombre cambia, pues ya no se percibía al hombre como una unidad que forma parte de un conjunto de otras personas, sino que se comienza a concebir como ser libre e individual.  Los monjes, que eran la fuente espiritual de ese tiempo, no podían dar respuesta a estos cambios debido a que su concepción teológica está muy ligada al sistema feudal. La gente comenzaba a alejarse de la Iglesia porque la sentían ya superada e infecunda para satisfacer sus necesidades. Es ante esa necesidad donde surgen las órdenes mendicantes.

El despertar evangélico es el impacto que se produce cuando el mundo cambia, cuando la iglesia se siente superada por haber estado ligado al viejo sistema. La Orden de predicadores no busca el fugii mundii, como lo siguen practicando los monjes, sino se predica una teología de la encarnación. Esta nueva visión que tiene Santo Domingo de la figura de Jesucristo tiene la misión de no temerle al mundo, sino saber mezclar a la Iglesia con el mundo. Es decir, no mundanizar a la Iglesia, sino que la Iglesia entre al mundo para escuchar sus dolores, y así saber saciar sus necesidades.  Así, como lo hizo Dios en la persona de Jesús, la Orden de predicadores se sumerge en el mundo y asume lo que hay en él. Pues entendieron y entienden, que una Iglesia con amurallada y alejada del pueblo, no puede construir el reino de Dios en el mundo que se busca evangelizar. Ya Chenu había señalado un principio necesario que debe recordarse siempre para esta tarea del dialogo con el mundo: “El dogma no cambia, pero tiene una actualidad en su presentación, y también una modernidad en los medios para estudiarlo” 



martes, 17 de noviembre de 2015

El Silencio de María

El Silencio de María

          Sólo el silencio custodia el misterio del camino que el hombre realiza con Dios, siempre nos comunica su palabra y su proyecto para con nosotros a través del silencio y la sombra; este acto en el cual el ángel dice: “te cubrirá con su sombra”, es una muestra de que Dios nos dice que hacer pero no en el ruido, sino en el silencio; tenemos la costumbre de vivir siempre en el ruido, donde nuestra alma constantemente se encuentra conturbada, es decir, alterada; el peor ruido que podemos vivir es aquel en el cual nuestra alma se encuentra llena de preocupaciones, de tristezas, de angustias, de los desánimos, de los egoísmos y la falta de ayuda a los demás.

           Pero hoy, nos encontramos ante la sombra del Altísimo, esa sombra es el misterio en el cual Dios vive y muestra el proyecto que quiere que sigamos; la sombra es como el silencio, no dice nada, no pronuncia palabra y nunca hace publicidad; siempre encontramos en la vida cotidiana la publicidad es decir ruido, vendernos la solución a nuestros problemas de manera rápida para que puedas seguir con el ruido; incluso en nuestra misma iglesia te ofrecen a través de alterar el ánimo estar en la presencia de Cristo; como lo dice el papa FranciscoUn misterio que hace publicidad de sí mismo no es cristiano, no es el misterio de Dios: ¡Es un misterio falso!”, la sombra y el silencio son los espacios del encuentro que tenemos con Dios.

        Dios no viene a comunicarnos algo por medio del ruido, sino a través del silencio, a través de la sombra; pero primero lo que nos dice es ¡alégrate! porque estamos como la virgen llenos de la gracia divina; pero como no entendemos a la primera nos dice “no temas”, para Dios no hay imposibles y si nosotros confiamos en Él no podemos temer a nada, por más duras que sean las tormentas que azotan nuestra vida, siempre Dios viene a calmar por medio del silencio nuestro ser; a través del silencio podemos encontrar la gracia delante de Dios, María nunca tuvo su alma llena de ruido, siempre se encontraba en el silencio de Dios.

          Ella no pone peros, no se hace a un lado o peor no le niega a Dios la tarea propuesta por Él, si queremos ser santos e hijos de Dios, ¡vayamos a su sombra!, a su silencio y permanezcamos en él; cuando ayudamos a los demás sin esperar a cambio nada, somos participes de ese silencio de esa sombra de Dios; cuando tenemos que amar al que nos cae mal y damos la vida por él, permanecemos en la sombra de Dios, ya que su sombra es fecunda, su silencio da fruto y más cuando nosotros estamos en sintonía con ese silencio; Abraham no pudo haber hecho nada si no hubiera tenido su alma en silencio para escuchar el mandato de Dios, Moisés permaneció en silencio para escuchar la tarea que Dios le había propuesto.

           María aferrada a la gracia de Dios y en su silencio maternal encontró el mensaje de Dios; y nosotros ¿cuándo escucharemos el proyecto que Dios nos tiene?, ¿cuándo dejaremos aun lado nuestros problemas, tristezas, angustias y estaremos en el silencio o la sombra de Dios?, simplemente el silencio donde nos comunica Dios lo que nos tiene deparado claramente lo ejemplifica el santo cura de Ars cuando ante el santísimo sólo pronunciaba: “Señor, tú me vez y yo te veo”.

José Esaú Romero Rodríguez

martes, 10 de noviembre de 2015

EL MISTERIO DEL MAS ALLÁ

EL MISTERIO DEL MAS ALLÁ

 Reflexión inspirada en las conferencias del R.P. Fr. Antonio Royo Marín, O.P.Este tema a reflexionar, sobre todo  en este mes de noviembre es importante por tres razones a saber:



En primer lugar por su trascendencia soberana. Ante él, todos los demás problemas que se pueden plantear a un hombre sobre la tierra, no pasan de la categoría de pequeños problemas sin importancia. No espero invocar una conversación tenida con intelectuales. Salgan simplemente a la calle. Pregunten a ese obrero que se dirige a su trabajo:

¿A dónde vas? Te dirá: ¿yo?, a trabajar. ¿Y para qué quieres trabajar? Pues para ganar un salario. Y el salario, ¿para qué lo quieres? Pues para comer. ¿Y para qué quieres comer? Pues…, ¡para vivir! ¿Y para qué quieres vivir? Se quedará estupefacto creyendo que te estás burlando de él. Y en realidad, queridos lectores, la última pregunta es definitiva: ¿para qué quieres vivir?, o sea, ¿cuál es la finalidad de tu vida sobre la tierra? No me interesa tu nombre y tu apellido como individuo particular: ¿quién eres tu como creatura humana, como ser relacional? ¿por qué y para qué están en este mundo?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas?, ¿qué será de ti después de esta vida terrena?, ¿qué encontrarás más allá del sepulcro?
Queridos lectores: éstas son las preguntas mas trascendentes, el problema más importante que se puede plantear una persona sobre la tierra es el de saber sobre su propio destino.

Una segunda razón es la  eficacia sobrenatural para orientar a las almas en su camino hacia Dios.

En tercer lugar, es conveniente tener presente su palpitante actualidad. No hay más que contemplar el mundo, para ver de qué manera camina desorientado en las tinieblas por haberse puesto voluntariamente de espaldas a la luz.

No basta que los gobiernos se unan para luchar contra tanta violencia, que se organicen asambleas internacionales. No lograrán poner en orden al mundo sino hasta que se arrodillen ante Cristo, ante aquel que es la luz del mundo; hasta que plenamente convencidos todos de que por encima de todos los bienes terrenales y de todos los egoísmos humanos es conveniente ver por la salvación de las almas, ello poniendo en práctica, en todas las naciones del mundo, los diez mandamientos de la ley de Dios. Con esta sola medida se resolverían automáticamente todos los problemas nacionales e internacionales que tienen planteados los seres humanos de hoy; y sin ella será absolutamente inútil todo cuando se intente.

Precisamente porque el mundo de hoy no se preocupa de sus destinos eternos, porque no se habla sino del petróleo, de la globalización. En el horizonte cercano aparecen negros nubarrones que, sino volvemos a poner a Dios en nuestras vidas, entonces nos seguiremos encaminaremos a un desastre apocalíptico….
                                                                      
                                                                       Fr. Juan Manuel Raya Rubio, O.P.


jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Resignación o aceptación? ¿Hacia dónde me dirijo?

¿Resignación o aceptación?
¿Hacia dónde me dirijo?

El día de hoy la Iglesia nos propone un momento especial para hacer memoria de aquellos que en fe, sabemos han sido llamados a la presencia del Padre y quienes ya no están físicamente entre nosotros.
            Cuando un ser querido muere, o acompañamos a otras personas, por tradición o por costumbre solemos decir y desear a los demás una “pronta resignación”, incluso en nuestras oraciones pedimos por ello. Muy probablemente si tu también te has enfrentado a la muerte de un familiar o alguien cercano haz pedido o quizás luchado por una pronta resignación.
            Curiosamente ni es pronta ni es resignación lo que necesitamos. Cuando tú y yo hacemos frente a la muerte de nuestros seres queridos, comenzamos a recorrer un camino con varias etapas llamado duelo, el cual se va elaborando con el tiempo y éste dependerá del vínculo que construimos con la persona que murió. Espero en una próxima publicación compartirte acerca de lo que es el duelo.
            Por eso hoy que celebramos a nuestros seres queridos difuntos te invito a pasar de la resignación a la aceptación. Ciertamente la resignación es un sentimiento que nos lleva a agachar la cabeza, a tragarnos el amargo dolor y a vivir doblegados por emociones y sentimientos que no nos hacen libres, mucho menos felices. La resignación es querer tapar una herida, sin brindarle ningún tipo de cuidados, esto al final provocará que la herida se infecte y no sane, al contrario la agrava. Es también como si quisiéramos tapar una olla de presión, donde hierven un sinfín de emociones y sentimientos que al final harán que la olla explote. Muy seguramente explotará en forma de una enfermedad, depresión, tristeza profunda, en coraje, enojo, resentimiento.  La aceptación en cambio es: voltear a ver la herida, prestarle atención, contemplarla, brindarle los cuidados necesarios y con el tiempo hacer sanar esa herida.
             Si tú estás viviendo el duelo por un ser querido, te invito a que te pongas de pie y paso a paso comiences a caminar con rumbo a la aceptación, que esos sentimientos que hierven dentro de ti poco a poco los liberes y les des salida; compártelos, el camino acompañado será más ligero. El dejarte acompañar no será signo de debilidad, sino de hacerte escuchar, de compartir tus sentimientos y de ser comprendido y amado. Habla, comparte, recuerda, llora, ora. Y así entonces poco a poco tu dolor se convertirá en agradecimiento, por aquellos momentos compartidos, por la vida de tu ser querido, por el amor que le tienes y por todo aquello que te enseñó.
             En este día que hacemos memoria de tolos los que han muerto en Cristo Jesús y esperan la resurrección, (cfr. Rm 6, 8-9) ya no pidas ni busques una pronta resignación, mejor dirígete a una aceptación. Es importante que tengas presente que no se da de la noche a la mañana, a algunos les tomará meses, a otros años y a otros quizá mucho tiempo más, pero eso sí, no dejes de buscarla, esto te hará libre, podrás vivir pleno y tranquilo, agradecido con Dios y con quien murió.
             Deseo que nuestro Dios que es un Dios de vivos y no de muertos, (cfr. Lc 20, 38) te acompañe y consuele en este día en que recordamos la vida que compartimos con los que murieron y esperamos hoy gocen de contemplar al mismo Dios y que ellos intercedan por nosotros.

Maximiliano Lemas Valencia

domingo, 1 de noviembre de 2015

De los Sermones de San Bernardo, abad

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 364-368 )

APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con el. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.

Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.